Discriminación. Una lacra del pasado, presente y (esperemos que no) futuro

Mi primera reflexión en este blog quiero que sea de una vivencia personal indirecta, que ocurrió durante mi infancia, y que hoy sigo recordando, sabiendo que debería haber hecho algo más pero que por la ignorancia e inocencia de aquellos años no tuve la capacidad suficiente de enfrentarme a lo establecido. 

Puede que mis palabras os parezcan exageradas, pero en aquel momento yo lo viví así, con presión social y miedo al rechazo, y es que los niños pueden ser muy crueles, aunque no lo hagan conscientemente. A día de hoy puedo decir que he tenido suerte de no haber sufrido discriminación de ningún tipo más allá de la aceptada y normalizada por la sociedad (que, de momento, no me ha supuesto ningún hándicap significativo), y quizás por eso quiero dar visibilidad a esta situación que, aunque ya muy lejana, marcó algo en mi presente, y estoy segura de que seguirá en mi futuro. 

Me gustaría antes de nada ponerte en contexto de que va a tratar el tema. Como ya os he dicho esto sucedió en mi infancia, concretamente en el colegio, había una niña con síndrome de down, casi siempre andaba sola en el patio y rara vez se acercaba a algún grupo de niñas, ya que tristemente no le hacíamos mucho caso. Era uno o dos años mayor que yo y nos conocíamos únicamente porque mis padres coincidían con los suyos fuera del cole. Cuando me veía me saludaba y hablaba, y yo hacía lo mismo (así me lo inculcaron), pero claro, mis amigas y yo no estábamos “al mismo nivel”. Por desgracia así lo veía por aquel entonces, éramos diferentes y eso hacía difícil jugar juntas y si decidía hacerlo me quedaba “sola” con ella (aspecto conocido como discriminación por asociación), así que mis contactos eran breves y de escasa intensidad. En mi defensa diré que alguna vez la integrábamos en nuestras conversaciones y juegos, aunque duraba muy poco ya que una cosa es integrar y otra incluir



Llegados a este punto, entenderéis que mi reflexión engloba varios aspectos, por un lado el sistema educativo poco inclusivo (familias sin apoyo, profesores con poca o nula formación al respecto, alumnos con valores sociales en creación…), y es que, bajo mi punto de vista no podemos dejar únicamente la transmisión de valores al entorno familiar, soy consciente de la controversia que esto genera. 

 Por otra parte, relacionando lo anterior con mí actual profesión, creo profundamente que es necesario trabajar las emociones desde pequeños. Estas permiten a niñas y niños desarrollar empatía, compasión y altruismo, así como una visión amplia de la amistad y el respeto individual y colectivo. 

 Por supuesto, no me olvido de aquellos quienes sufren en primera persona esta discriminación. Sabemos que existen protocolos de actuación pero a veces se quedan cortos y no cubren las necesidades reales de las víctimas. Es necesario preguntar y ajustar individualmente las soluciones. 

Si bien, quiero terminar dejando clara mi reflexión personal, que ese es el objetivo principal. Más allá del debate político y social sobre la educación, uno de los motivos por los que he escogido esta anécdota infantil es porque es la infancia donde comienzan las primeras experiencias de vida, relaciones interpersonales y conocimiento de uno mismo, así como donde surgen las primeras discriminaciones (incluso aunque estas sean sutiles). 

Esto me hace pensar, ¿Cómo afecta la discriminación en la infancia en el desarrollo de la persona? ¿Y al entorno social que le rodea? ¿Qué podemos hacer como sociedad para no perpetuar al discriminación a ningún colectivo?

Comentarios

  1. Gracias por compartir esa vivencia personal, me ha ayudado a entender el significado de la discriminación por asociación.

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